Tormenta de noche sobre Culiacán. De día la tormenta la ponemos nosotros.

Tormenta de noche sobre Culiacán. De día la tormenta la ponemos nosotros.
De día, la tormenta la ponemos nosotros.

viernes, 14 de marzo de 2008

Años de escuela. Arribo a Loyola

Arribo a Loyola
Cursé el primero (freshman) y segundo año (sophmore) de high school en los años escolares de septiembre de 1948 a junio de 1950. Éste año nació mi hermanita Margarita. Inteligente, observadora y curiosa, alegró durante años a mis padres y a mi tía Carmelita con sus reportajes de los acontecimientos del barrio.
La primera noche que me quedé solo en Loyola, al entrar al cuarto para cuatro internos recién ingresados a primer año, dos de ellos torturaban a uno más pequeño tirándole sus libros al suelo. Entré y ordené que pararan el juego. Los jovenzuelos americanos, de mayor tamaño que yo, se me quedaron viendo, no entendían lo que les decía porque yo era tan pequeño como el torturado. Debo haber tenido un lenguaje corporal convincente o bien todavía despedía el tufillo de la correccional en donde había estado, el hecho es que obedecieron. En adelante Walter Bell, que así se llamaba la victima, sería mi amigo. Decidido a conocer la literatura de EE.UU., Walter tenía tarjeta de la biblioteca pública de Los Ángeles, yo todavía conservo la que me insistió consiguiera, y él sacaba tres libros a la semana, mismos que leía en ese lapso. Al tiempo Walter sufrió varias crisis nerviosas y fue corrido de la escuela después que intentó suicidarse. Sería readmitido y se graduó en Loyola. Walter era amigo de un estudiante también de Loyola que era hijo de chinos de L.A. cuyo padre tenía la más grande colección de grabaciones de todo tipo de música clásica. Me tocó escuchar a Caruso en discos cilindrícos de pasta, presencié discusiones sobre las virtudes de dirección de Furtwangler y de Toscanini. En fin, que tuve que seguir protegiendo de las burlas y agresiones de los demás compañeros tanto a Walter como a su amigo chino.
Loyola tenía un sistema educativo que fuera imposible en estos tiempos más democráticos, didácticos o lo que sean. Desde el primer grado seleccionaban a los alumnos que estimaban podían con mayor carga de trabajo para colocarlos en grupos jerárquicos de capacidad. Por haber obtenido pobres resultados en el examen de admisión, me colocaron en el grupo más fácil para cursar el primer año. Fueron mis amigos los mejores deportistas de la escuela y los políticos estudiantiles que pedían el voto para llegar a la directiva de la sociedad de alumnos. Al empezar el segundo grado, no me pasaron al grupo selecto sino a uno intermedio no obstante que en primero obtuve el doceavo lugar general pero creyeron que habría tenido la ventaja del grupo fácil de primero. Este grupo de nivel intermedio tenía, aparte de algunos deportistas, a los actores del programa de teatro. Obtuve el octavo lugar y todavía así no me colocaron en el mejor grupo.
Por razones patrióticas, por no saludar la bandera de EE.UU. a diario y prometer lealtad a la misma, no participé del entrenamiento militar que Loyola ofrecía. R.O.T.C. (Cuerpo de entrenamiento de oficiales de reserva) No aprendí a desarmar la Colt 45, el Garand 30, ni el BAR. No aprendí a leer mapas militares, ni a marchar en formación. No me tocó ser enseñado a tirar al blanco con munición verdadera en el campo de tiro del colegio y por tanto no participé en los concursos de tiro regionales y nacionales. Ahora considero exagerado mi patriotismo. Me pregunto: ¿Con qué dispensa especial asisten los cadetes del H. Colegio Militar a estudiar a la academia militar de West Point o bien los estudiantes mexicanos que han asistido a academias militares en los EE.UU.?
Los jesuitas lograron que dejara de pelear con mis condiscípulos. Cuando llegué al internado para el segundo año, me asignaron de compañero de habitación al campeón de box de la escuela que además corría las carreras de 400 y 800 metros, jugaba fútbol americano, estaba en cuarto grado y era desde luego mayor que yo. Un joven judío, Jack Roth, que era becado y tenía la recomendación de hacerme hacer ejercicio para que equilibrara el tiempo entre el estudio y el ejercicio. A partir de entonces ningún estudiante de mayor edad o tamaño se atrevería a buscarme camorra, debido a mi compañero de cuarto, como tampoco lo harían los de mi edad en virtud de mi entrenamiento diario. Como consecuencia de una mayor seguridad personal me fui volviendo pacífico pero me quedó la costumbre, de por vida, de hacer sentadillas, lagartijas, abdominales, brincar cuerda y hacer sombra.
En 1948 se empezó a sembrar con agua de la recién inaugurada Presa de Sanalona. La construcción de la presa y del sistema de riego, el desmonte del Valle y las primera cosechas dieron a Culiacán a sus primeros jóvenes con dinero de sobra. Empiezan los sueños de grandeza y las conversaciones son de whiskey y cognac, de la tambora, las serenatas, los viajes, las mujeres y el dispendio. Me tocó escucharlos repetidas veces: son las mismas actitudes de ahora que de entonces nos vienen. El alarde, la fantochada, el desprecio por los que no sabían gastar. Muchos se extraviaron en el camino.
En 1949 los Estados Unidos perdieron China. Nunca fue de ellos pero así se expresaban en los EE.UU. para indicar que el partido comunista de Mao Zedong había triunfado en su guerra civil contra los nacionalistas de Chiang Kai-Shek. Los dos bandos reclamaban ser sucesores de la republica fundada por el Dr. Sun Yat-Sen después del derrocamiento de la dinastía Manchú. Se conocen como “China Hands” a los funcionarios del Servicio Exterior de los EE.UU. que informaban a su gobierno que los nacionalistas eran incompetentes y corruptos y que perderían eventualmente con los comunistas. Recomendaban, además, como táctica práctica y sensata el negociar con Mao y Shou En-Lai. Sabían que China era una nación con su propio carácter y que sus dirigentes no eran lacayos de Stalin ni de Rusia. Curiosamente el general, jefe de las tropas de EE.UU. en el continente asiático durante la guerra contra Japón, informaba y recomendaba exactamente lo mismo. Al regresar a EE.UU. después de la guerra, el general Stilwell fue silenciado por sus superiores. Sus documentos se conocen porque su viuda, enojada por los atropellos morales contra su esposo, los hizo públicos. Se supo entonces que Stilwell se refería a Chiang Kai-Check como “cacahuate” y como éste se hacía llamar “generalísimo”, Stilwell le decía a Madame Chiang la “madamísima” que conlleva en inglés la connotación de regenteadora de burdel o madrota. Shou En-Lai asistió al sepelio de Stilwell en los EE.UU. A los China Hands les arruinaron sus carreras en el servicio diplomático y los persiguieron, durante el McCarthismo, como simpatizantes comunistas. Conocían el país y a los protagonistas de ese tiempo mejor que nadie puesto que muchos eran nacidos y habían sido criados y educados allá porque eran hijos de misioneros en China. Su pecado fue informar honestamente a su gobierno de lo que sucedía. Es muy común que los superiores se molesten con noticias que no quieren escuchar.