Tormenta de noche sobre Culiacán. De día la tormenta la ponemos nosotros.

Tormenta de noche sobre Culiacán. De día la tormenta la ponemos nosotros.
De día, la tormenta la ponemos nosotros.

lunes, 20 de octubre de 2008

Ingeniero civil

Durante los estudios profesionales, tuvimos algunos buenos maestros. Cada uno dejó alguna lección importante. Don Pablo Quílez Araque, maestro de estructuras y puentes, insistía que una vez cursados los dos años primeros años de ingeniería general, ya deberíamos resolver todo tipo de problemas aunque no hubiésemos llevado la clase especializada. Que nos encontraríamos con problemas de aplicación especializada durante toda nuestra vida de ingenieros y que desde estudiantes deberíamos aplicar los criterios aprendidos en los primeros años. Lograr que don Pablo nos hablara de sus años de ingeniero en Marruecos español era entrar en un mundo de fantasía y misterio. Don Alberto Robles Gil, que frecuentemente se equivocaba haciendo cuentas, siempre nos dio ejemplo de hombría y rectitud. El Doctor Ordoñez era ocurrente y muy hábil ingeniero, ocasionalmente conseguíamos nos contara películas de aventuras que resultaban mejores que yendo a verlas. Roberto Gómez Junco, orgulloso por ser de los primeros ingenieros civiles del Tec, no estaba de acuerdo en dar facilidades para que se graduaran incapaces solamente porque hubieran terminado sus estudios. Dio mucha guerra a varios compañeros a quienes no consideraba aptos para el ejercicio de la profesión. Habría que empezar otra serie de artículos para tratar a cada uno de estos ilustres maestros.
Me faltaba un año para terminar las clases y decido separarme de mis compañeros de residencia. Ingreso a una casa de asistencia de primer nivel, elegante, ordenada y para profesionistas empezando sus carreras. Me urgía volver a aplicarme a los estudios porque si bien nunca había reprobado ninguna materia por otro lado mis calificaciones ya no eran tan buenas. Regreso a los estudios a recuperar terreno durante el último año y terminar en el plazo que me había fijado. Seis años para cursar preparatoria e ingeniería. Logré finalmente un buen promedio, 8.42, pero sin derecho a Mención Honorífica que requiere de 8.5. Mi promedio fue probablemente cuarto lugar de la generación de civiles superado solamente por Macías, Barahona, Chapa Garza y quizá algún otro.
Terminadas las clases la primera meta era regresar a Culiacán para empezar a trabajar. No solamente para lograr el sueño de abrirte paso como profesionista independiente sino también para volver a entrar al Casino a una tardeada del domingo, vestido de guayabera blanca y con los pantalones de Mandalay satinado papaloteando con los abanicos que pretendían refrescar. Quien haya vivido fuera sabe de lo que hablo. El regreso suele ser impactante porque lejos de aquí no somos gente bonita y por ello la belleza de las culichis impresiona cada vez que retornas. Desde luego ayuda que eres conocido y que te alegra y conforta notar que eres aceptado: que perteneces.
En aquellos años, las jóvenes usaban lociones florales y refrescantes para el diario, como el Blue Grass de Elizabeth Arden y el splash Jean Naté de Revlon; así además cuidaban sus perfumes más finos. Era la época,. Estaba de moda el Sortilegio de LeGallion para los sábados y para el domingo era frecuente el aroma del Arpege, de Lanvin. Casi ninguna usaba perfumes amaderados y más aseñorados como los de la casa Guerlain como el Mitsuko y el Heur Blue aunque recuerdo haber bailado con Shalimar y después con Vol d’Nuit. La tradición de Coty es que los soldados que retornaban de la Primera Guerra traían sus perfumes de regalo a los EE.UU. La introducción a este mercado hizo de Coty el perfumero más grande del mundo. Ya estaban establecidas prestigiadas casas como Givenchy, Laroche y Gres cuando aparecen los aromas frescos de Nina Ricci: Fille d’Eve, Coeur Joie y L’Air du Temps, creo que solamente sobrevivió el último. Ricci ha seguido y presentado nuevos aromas: Nina, Premier Jour, Les Belles, etc. El recién presentado Joy de Jean Patou, se anunciaba como el perfume más caro del mundo. Ya era de prestigio el Femme de Rochas que tiene la leyenda de haberse confeccionado en una vieja fábrica de pintura durante la ocupación en la II Guerra. Desde luego reinaba desde entonces el Channel No. 5. Los modistos empezaban a introducir perfumes. Dior, Balenciaga, etc. Mientras tanto los hombres usábamos agua de azahares de Sanborns y el eterno Vetiver. Yo prefería el “Y” de Yves Saint Laurent porque no me gustaban las otras esencias más baratas: Barón Dandy, Yardley, English Leather y Old Spice. Después aparecerían docenas; no, más bien cientos, de perfumes. Sorprende que emergieran con éxito, en mercado tan competitivo, firmas como Donna Karan, Carolina Herrera y que fuese muy vendido el Giorgio de Armani. Ahora cualquier personaje conocido vende perfumes aprovechando su renombre. Cabe preguntar: ¿A qué huele el llamado Mischa de Mikhail Barishnikov o para el caso el presentado por la tenista argentina Gabriela Sabbatini? ¿A sudor?
A las novias les regalábamos lociones, perfumes, abanicos de mano españoles y mantellinas, triángulos y goyescas. Ellas correspondían con plumas fuentes y encendedores. Así pasan las modas. Ya casi nadie usa plumas fuentes porque los bolígrafos actuales son baratos y de buena calidad. Los encendedores de cigarrillos serían ahora un extraño regalo. Los aires acondicionados han vuelto obsoletos, en la mayoría de las ocasiones, a los abanicos de mano. Las mantellinas que las mujeres usaban para cubrirse la cabeza pasaron a la historia primero porque ya no se tapan en el templo y segundo porque ya ni a misa van.
Aproveché la ventaja de no tener que trabajar de inmediato. Mi padre admitió que pasara las vacaciones de verano como si fuese estudiante cuando de hecho ya había terminado mis clases. Al principiar septiembre regresé a Monterrey para elaborar mi tesis y preparar el examen profesional. A diario me avoco al estudio, redacción e impresión del primer libro que escribí llamado: “Anteproyecto de tubería suspendida” (Hay otros ocho) Es un puente colgante sobre una barranca para una línea de conducción de petróleo. A los tres meses y medio, el 19 de diciembre de 1958, presenté examen: al día siguiente estaba en Culiacán ya como flamante ingeniero civil.
En la primera fiesta a que asistí me llamó la atención una hermosa, juvenil, natural, equilibrada, serena y encantadora joven. Busqué la manera de conocer, cortejar, noviar y pedirla en matrimonio. Ahora resulta que ya me tenían visto desde endenantes. Así es esto. Ahora Silvia Eugenia Carrillo Hernández es la señora Tití. Sigue igual de hermosa, juvenil, natural, equilibrada y encantadora. No tan serena porque nadie que me haya aguantado medio siglo lo puede ser. Ustedes lo saben que me soportaron durante esta larga perorata acerca de mi vida de estudiante.
Éste es el último ensayo de la serie que archivo en una carpeta que titulé: “Años de escuela”.

Primeros años de ingeniería

Once estudiantes del Tecnológico originarios de Sinaloa, Sonora y Baja California; rentamos una hermosa residencia por la calle Hidalgo, dos cuadras al poniente de La Purísima, frente a un delgado camellón con palmeras. Mis compañeros de cuarto eran Lucano Carlos Orrantia Ferreira, culichi, y Julián Ignacio Gallego Monge de Tijuana. Allí estuvimos más de tres años hasta que nos fuimos recibiendo y dejando Monterrey. Vivimos en hermandad durante este bello tiempo pero una vez en nuestras ciudades de origen jamás nos buscamos para nada. Verdaderamente extraño e inexplicable.
Hicimos nuevas amigas. Gabriela, amable, dulce, lectora de revistas culturales, de biografías y de novelas de moda; Isabel, blanca, rubia, guapa y plantosa, buena para contar chistes y de risa fácil y confiada; Martha, de hermoso rostro y cierta timidez; María Isabel, que pretendía ser la jefa del grupo y era la organizadora de todos los eventos; Mary, un poco mayor que nosotros, simpática y realmente la conductora del rebaño, era cajera de Banco y llegó a gerente para cuando nosotros terminamos nuestras carreras y empezaríamos a trabajar. Eran también del grupo unas jóvenes de Tamaulipas: Guillermina y sus hermanas cuyos nombres y apellidos olvidé porque estas memorias debieron escribirse hace cincuenta años. Estas mujeres nos enseñaron a entender la amistad, apreciar la ternura, aquilatar la fidelidad. No hay con qué pagar lo que les debemos a estas jóvenes de nuestra edad, 23 a 24 años para cuando nos recibimos, que ya eran mujeres sensatas, maduras y listas para formar familias y que nos toleraron tantos años mientras nosotros transitábamos de estudiantes inmaduros y cabríos insensatos que apenas entendíamos la vida, a profesionistas a punto de asumir nuevas obligaciones. Seguramente ellas tenían sus razones y otros pretendientes más prometedores y formales pero el hecho es que nos aceptaban y nos tuvieron paciencia. Les correspondimos olvidándolas y jamás enterándonos que fue de sus vidas.
Me gustaría platicarles de dos que tres novias que tuve pero hay muchos moros en la costa.
Por amistad con Francisco Orozco, jugábamos básquetbol, originario de la Baja, conocí un grupo de estudio. Orozco se fue separando porque sería ingeniero mecánico, después se doctoró en ingeniería, mientras los demás aspiraban a ingeniería civil. Eran los mejores estudiantes de la generación que terminó sus estudios en 1958. Por fortuna me fueron aceptando y terminé siendo miembro de número. Con ligeras diferencias en retención, velocidad, capacidad de abstracción y organización mental de cada uno opino que: Luís Echeverri Said, del D.F., tiene el “foresight y feeling” de lo que es la ingeniería; Manuel Barahona Aguayo, de padre hondureño radicado en Monterrey; obtuvo el mejor promedio de calificaciones del grupo; Lauro Chapa Garza, de Sabinas, Coahuila; fue mención honorífica al graduarse; Tomás Cantú Martínez, de padre tamaulipeco y madre nayarita pero radicados en Monterrey; es el mejor industrial de la construcción. Casi nunca trabajaba con nosotros el mejor estudiante de la generación que era Miguel Ángel Macías Rendón, QEPD, que obtuvo el máximo galardón al graduarse: Premio al Saber.
“Los chico malos” que se sentaban en la última fila muy pronto nos apodaron: “Persignados”. Nos consideraban conservadores y dedicados y se burlaban que nos sentáramos en la primera fila del salón de clases. Sostenían que el orgullo estudiantil era pasarla bien y aprobar los exámenes sin mucho esfuerzo. Nadie puede cursar ingeniería civil con esa pretensión por lo que algunos de ellos deben haber sido particularmente brillantes. Recuerdo a Schiafino, Traslaviña, Pepé Cantú, Perro Quintana, Ojón Castaños, Borrega Gonzalez y a Plácido Garza.
La carrera se considera difícil más no tanto como otras ingenierías pero extrañamente sí es la que obtiene menos premios académicos en las fiestas de graduación general del Tec que se celebran anualmente.
La rutina que diariamente seguíamos era muy parecida. Todas las tardes, de lunes a viernes, Tomás pasaba por nosotros en su automóvil y en su casa durábamos horas haciendo tareas y estudiando. Un café después del estudio ya noche en alguna Farmacia Benavides y aquí se rompió una tasa. Sábados y domingos eran para divertirse con los amigos que cada quién tenía por separado salvo que las tareas ameritaran trabajar el fin de semana cuando se repetía la rutina acostumbrada. Este estudio cotidiano me permitió seguir aprobando exámenes y son los Persignados en buena parte responsables de que terminara la carrera.
En la época durante la que estudié, ingeniería civil tenía la pretensión de abarcar las disciplinas de ingeniería en general. No obstante la enorme diferencia entre las disciplinas, las universidades, que parecen no enterarse a tiempo de nada, todavía graduaban ingenieros mecánicos electricistas. Además, ya se advertía que en la electrónica estaría el futuro y que pronto sería otra carrera por separado. Los enormes avances en la aplicación de la química y la física ya tenían a Gagarin en el espacio. La energía atómica pasaba de las bombas a las plantas para producir energía controlada. La cibernética anunciaba su irrupción en nuestra vida diaria. Ya se conocían aplicaciones de nano-tecnología. No obstante lo anterior los civiles pretendíamos abarcarlas. ¡Qué desproporción! ¡Qué monumental soberbia! Así entonces, llevábamos cursos de ingeniería eléctrica con taller en donde aprendíamos a conectar generadores y motores; y cursábamos ingeniería química, orgánica e inorgánica, con laboratorio de análisis cualitativo. Actualmente ya no se imparten estas materias porque las básicas propiamente de ingeniería civil; como estática, dinámica, resistencia de materiales, mecánica de suelos, hidráulica y estructuras; ocupan toda la dedicación posible de los civiles. Estos primeros años de la carrera son muy difíciles. En ellos se estudia la teoría de la que partirán las aplicaciones como: puertos, presas, canales de navegación, ferrocarriles, carreteras, instalaciones de edificios y diseño y cálculo en acero y en concreto. No siendo ninguna de las aplicaciones extremadamente difícil, sí requieren de tan diferentes criterios que muy pocos cursan la carrera con buenas calificaciones en todas las materias.