Tormenta de noche sobre Culiacán. De día la tormenta la ponemos nosotros.

Tormenta de noche sobre Culiacán. De día la tormenta la ponemos nosotros.
De día, la tormenta la ponemos nosotros.

martes, 13 de mayo de 2008

Años de Escuela. Segundo de preparatoria

Segundo de preparatoria
El Tecnológico me permitió presentar los cursos de inglés a título de suficiencia. Así entonces, por estar dividido el año escolar en semestres, desocupé cuatro horas de clases mientras cursaba preparatoria y las aproveché tomando cursos de profesional que no tuviesen incompatibilidad, esto es que no exigieran que hubiese tomado cursos anteriores. No pude adelantar estructuras metálicas mientras no terminara física de preparatoria y así pero encontré muchas materias que no tenían la incompatibilidad señalada. O sea que cuando me registré propiamente en la carrera de ingeniería civil, ya tenía cursadas varias materias de profesional. Conocí por lo tanto a muchas generaciones de compañeros ingenieros. En seis años hice preparatoria e ingeniería.
Estuve interno durante dos años. En el primer semestre de prepa me tocó de compañero de cuarto un estudiante que ya estaba cursando ingeniería. Se llama Pedro Fernández del Valle, alias Perico, y era a no dudarlo poblano. “Perro, perico y poblano: no los toques con la mano, tócalo con un palito porque es animal maldito” Nuestra actitud hacia todo era diferente. Él quería conocer a las muchachas de la alta sociedad de Monterrey, hacer amistad con la realeza regia, asistir solamente a eventos de categoría y jamás permitiría ser visto en bailes populares, cantinuchas, taquerías y cuchitriles o alternando con los “petroleros”, becados de PEMEX. Solamente admitía lo que correspondiera a su linaje y apellido. Sus pretensiones y presencia, sin embargo, eran modestas comparadas a las de otro compañero de cuarto que tuve en Loyola, en Los Ángeles, nada menos que don Federico Sáenz Larriba de Torreón, Coahuila. El más pretensioso y elegante de los culichis no le llega a los tobillos a don Federico. En el segundo semestre me asignaron a Roberto Stern, un joven judío, formal, piadoso, cumplido con su religión y dedicado estudiante. Con respeto, también con su ejemplo, me reclamaba que desperdiciara mi tiempo en correrías con los vagos de la escuela. En tercer semestre me asignaron a Juan Wiley, de Los Mochis, compañero ingeniero que exigía que nunca hablaras groserías contra las mujeres. Era anatema que dijeras: “pinches viejas” o cualquier común vituperio contra la mujer. Lección cuya validez acepto aunque nunca me he terminado de acostumbrar. Para el cuarto semestre nos fuimos a “La Silla” un viejo motel convertido por el Tec en internado separado del campus universitario. Allí nos agrupamos estudiantes de Sinaloa, Sonora y B.C. Después viviríamos en una casa de asistencia en calle Padre Mier, pocas cuadras antes de la iglesia La Purísima y enseguida, ya en profesional, en una hermosa residencia que rentamos en al Colonia María Luisa.
Los compañeros de Tijuana eran aficionados a los toros. Era frecuente que asistiéramos a las corridas. Para nuestra mala suerte la torería mexicana pasaba por un largo lapso en el que no había figuras. Calesero ya era viejo así como Procuna y Arruza que empezaba a rejonear. Espinoza, Silverio, Briones y Castro estaban retirados y el “Monstruo” español, Manolete, había fallecido. Toreaba Solórzano y un sinaloense Tirado pero ninguno era estrella todavía. El mejor mexicano de esa época era Joselito Huerta. Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Curro Rivera y el español el Cordobés todavía no empezaban. Los españoles que se presentaban en Monterrey no eran grandes toreros. Borrero y el Litri mal sacaron las corridas que les vimos. En España eran grandes figuras Ordoñez y Dominguín pero poco venían a México por un pleito entre las comisiones de toreo.
La dificultad de ver toros es que tienes que asistir a todas las corridas de la temporada. Es frecuente que sean un desastre cruento y cruel. Sales decepcionado una y otra vez y dejas de asistir resultando que cuando faltas la corrida fue gloriosa. La tarde de tu ausencia los toros embestían, los picadores no los masacraron agotándolos, los toreros querían lucir su ballet de la muerte y los que habrían ido a la fiesta llegaban roncos de tanto gritar: “Ole, ole, torero, ole matador”. Sin embargo ocasionalmente se presentaba un espectáculo de toros muy hermoso: La rejoneada. Me tocó ver a Ángel Peralta, extraordinario; a Álvaro Domecq, un maestro; y a Carlos Arruza, los tres con severo traje andaluz. Me tocó la primera corrida en Monterrey de Gastón Santos que se presentaba con traje como si fuera paje de cuento de hadas. Bloqueando la entrada a sombra varios carros negros con los guardaespaldas de su padre, Gonzalo N. Santos, el famoso “Alazán Tostado” tan notorio en nuestra política nacional, que asistía a la presentación de su hijo en Monterrey.
Alguna vez debió haber sido club de gente adinerada pero, para 1954, el Terpsícore era para bailes populares que se llevaban a cabo en amplios jardines y en una gran casa club. Mil doncellas asistían pero daba trabajo encontrar quien bailara como en Culiacán, esto es abrazados y de cachetito. Secretarias de médicos y de abogados, mujeres de la gran clase media baja de Monterrey y demás trabajadoras de cuello blanco eran las asistentes. Aunque la entrada era cuidadosamente vigilada se colaban representantes de la profesión más vieja del mundo. Los caballeros éramos cientos de estudiantes del Tec y de la Universidad de Nuevo León. La ocasión propicia para rivalidades y pleitos.
Platicar con gente de Monterrey era impactante. Vivían y trabajaban todavía los padres de las generaciones que ahora son los dirigentes de la industria regiomontana. Aquellos señores que fundaron los consorcios actuales eran trabajadores y frugales. Jamás se exhibían como derrochadores, nunca como irresponsables. Por imitación, sus esposas y descendencia hacían gala de medidos y de ahorrativos. Pero las malas costumbres se propagan. Ahora los hijos de aquellos austeros señores presumen de vinos y champañas, de viajes y de dispendios: hasta parecen culichis.
Con el antecedente de la buena secundaria en Loyola no había problema para aprobar las clases de preparatoria. La terminé con muy buen promedio.