Tormenta de noche sobre Culiacán. De día la tormenta la ponemos nosotros.

Tormenta de noche sobre Culiacán. De día la tormenta la ponemos nosotros.
De día, la tormenta la ponemos nosotros.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Años de escuela. Quinto de primaria.

Varios lectores de Noroeste me piden explique por qué a tan tierna edad estábamos enterados de la II Guerra Mundial. Creo que el siguiente párrafo ayudará a entenderlo.
Cuando empezó la II Guerra Mundial, septiembre de 1939, tenía solamente cinco años y siete cuando Japón bombardea Pearl Harbor, diciembre de 1941. No sabía nada de la Guerra. A los ocho años me integro a la palomilla de Rosales y Morelos. Los niños de más edad de este grupo tenían de dos a cinco años más que yo y ya estaban conscientes de las batallas en Europa y el Pacífico. Además, en Rosales, en la misma acera donde vivían mis abuelos y casi frente a los Blancarte vivían los Timmerman, dueños de Tenería Atlas, vecinos en El Barrió de la Tenería Murillo que administraba mi padre. Timmerman tenía dos hijos y una hija en las fuerzas armadas alemanas. En esa cuadra también viviá el Sr. Max Hach cuya familia, años después, ha estado tan cerca de los Murillo que la consideramos parte de la nuestra. También no lejos vivían los Schiller y Haberman, familias con hijos de mi edad y amigos desde entonces. Herr Radke y el Ing. Gerzabeck eran maestros de la Universidad de Sinaloa. Por la Colón vivía el Sr. Pauwells padre de Gilda, Leo e Inga, queridos amigos de siempre. A Leo y a Gustavo les decíamos nazis y en vez de enojarse les daba gusto. Mi pediatra fue el Dr. Okamura padre, mi dentista el Dr. Koyama, el refresquero de Culiacán era Ninomiya, las mejores nieves eran de Monobe y los trabajos de hojalata que se ofrecían en la Tenería los fabricaba don Arturo Shimizu. Hombres y mujeres de bien, útiles, gente de trabajo, de respeto y muy apreciados en Culiacán. Además, los únicos gringos que conocíamos tenían apellido alemán: Heisser y Grenfeld. En aquellos años, todavía, henchidos de patriotismo, recitábamos con López Velarde: “Patria: Tu mutilado territorio se viste de percal y de abalorio”
En el año escolar, que empezó en 1944 y terminó en junio de 1945, curso quinto de primaria. La regla de tres se vuelve compuesta, esto es con términos combinados de proporción directa e inversa. En quinto año, además, aprendes a operar con los temibles quebrados. Nuestro maestro es el profesor Márquez. Alto, delgado, violento, maltrataba a los alumnos de palabra y era impaciente y desesperado. “Pedazo de atascado, no pones atención: ¿Cómo vas a aprender así?” solía gritar a los pupilos remisos. El borrador o el gis eran frecuentemente misiles lanzados por Márquez a los inatentos. Con todo y eso, Márquez enseñaba bien. Definitivamente no habría durado un minuto en la cátedra en estos tiempos pero no puedo opinar mal de quien me enseñó los primeros razonamientos matemáticos complicados.
En las escuelas católicas y en las laicas disfrazadas, como el Cervantes, se cantaban canciones patrióticas de guerra. Cantar del regimiento, Juana de Arco y otras. En las escuelas públicas, se había hecho cantar a los alumnos el himno obrero y del comunismo llamado: “La Internacional”. Considerando que los soldados que peleaban en ambos lados eran trabajadores y que no había burgueses en los frentes de guerra: el comunismo estaba en contra de la guerra. Para alentar el patriotismo ruso, Stalin abandona estos principios y propicia el sentimiento nacionalista ruso para defenderse de los alemanes. Declara la “Gran Guerra Patria” para preservar: “La santa Rusia”. Consecuentemente en las escuelas públicas empezaron a cantar: “La pajarera”
Habiendo desalojado a los japoneses de las islas del Pacífico falta sacarlos de las islas que definen su mar interior. En enero salen de Filipinas, después de islas propiamente japonesas como Iwo Jima y Okinawa. Los días 7 y 8 de mayo de 1945 Alemania firma su rendición incondicional. Sus ciudades devastadas, su pueblo hambriento, veinte millones de vidas alemanas sacrificadas. ¿Para qué?
Viajaríamos por tren de Culiacán a Guadalajara. Recuerdo el nerviosismo que siempre se presenta cuando una familia grande aborda un transporte. Escucho a mi madre advertir que siente que viene el niño que espera. Todavía no es la fecha por lo que don Arturo, que se quedará en Culiacán, mi madre y mi tía Carmelita, que nos acompaña, deciden que probablemente la tensión de la salida esté causando el presentimiento de mi madre. El tren salió de Culiacán, al oscurecer. A los pocos kilómetros, cerca de La Cruz de Elota, el 26 de julio de 1945, en el carro dormitorio llamado Aristóteles, nace mi hermano Fernando Heriberto. Desde entonces “Feri” por su nombre y por ferrocarrilero. Una partera asiste al alumbramiento que resulta feliz y sin contratiempos. Mi madre y el niño bajan en Mazatlán hasta que mamá termine de sanar. El resto de la familia sigue el viaje al cuidado de Tía Carmelita.
Las vacaciones de verano en Guadalajara nos daban la oportunidad de ver fútbol profesional al que nos llevaban, a primo Enrique y a mí, los primos de mayor edad que allá residían: Raúl y su cuñado Fernando. Todavía jugaban grandes estrellas que habían llegado a México como refugiados de la Guerra Civil Española. Me tocó ver jugar a Pepe Valtonrrá con el Atlante, a Luís Regueiro con el Asturias y a muchos otros. Algunos estaban en las postrimerías de sus carreras pero todavía mostraban su categoría. Mención aparte merece el haber visto a Isidro Lángara. En la liga española, con el Oviedo, Lángara fue tres veces campeón goleador. Ya en América, en Argentina, jugo 4 años con el San Lorenzo de Almagro, fue el máximo goleador de dicha Liga en 1942. Después juega en México, contratado por el España, y gana dos títulos de máximo anotador.
EE.UU. decide forzar la rendición incondicional de Japón. Deja caer bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Es principios de agosto de 1945, en Guadalajara, cuando antes de mediodía repican las campanas de todas las iglesias. Anuncian la rendición de Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial. Acabo de cumplir once años.