Tormenta de noche sobre Culiacán. De día la tormenta la ponemos nosotros.

De día, la tormenta la ponemos nosotros.
jueves, 29 de octubre de 2015
862 Forjados a sí mismos
martes, 22 de septiembre de 2015
Dominó
Al empezar a jugar cada participante escoge a ciegas siete fichas. En la primera mano sale el doble seis, llamado mulas de seises. Enseguida pone ficha el participante a mano derecha del iniciador. Así, en orden de giro contra las manecillas del reloj, toca turno a cada participante. Gana la mano el equipo que logra que uno de los dos se le acaben las fichas antes que a los contrarios. El equipo gana la suma de puntos que no jugaron los contrarios. O bien si queda la hilera de fichas puestas con los últimos dos números iguales y ya nadie tiene para jugar, se cuenta los puntos que suman cada pareja y la que tenga menos gana la suma de los puntos de la pareja que tuviera más. Se juega a llegar primero a cien puntos a favor.
Las fichas deben colocarse haciendo coincidir los números de fichas consecutivas. Si algún participante no tiene ficha para colocar entonces pasa y no juega ficha alguna.
Después de la primera mano en la que, como se dijo, salió mula de seises, saldrá cualquiera de la pareja que ganó esa mano. El participante que sale lo puede hacer con cualquier ficha.
La estrategia del juego es salir con la ficha que se tenga más repetida para obligar a los contrarios a pasar. Una vez que un participante señala la salida, su pareja procurará poner terminaciones iguales a la salida del compañero o bien hacer que le lleguen terminaciones de los números que está jugando para repetir el número de su salida. El jugador de la pareja que tiene menos fichas lleva la mano. Su compañero debe jugar para que a él se le acaben las fichas antes que a los contrarios.
La regla de oro del juego es: Respetar la mano, repetir la ficha y retiznar al contrario.
El juego es divertido y debe jugarse en silencio, sin acomodar fichas y sin tentarlas. Ficha tentada, ficha jugada. El castigo por equivocar una terminación es de 25 puntos. Igual por pasar teniendo ficha con que jugar.
Está a punto de acabarse una mesa de dominó que tiene como ocho años de funcionar. Se está acabando porque Sanborns cerrará el bar, en donde se juega de lunes a viernes, por incosteable. También porque el juego saca personalidades de los jugadores y éstas se están volviendo incompatibles con una sana camaradería.
A un jugador le gusta salir de cacería y sorprender quedándose con las últimas fichas jugables. Ejemplo, si los contrarios salieron y lo hicieron a cincos y él tiene dos o tres cincos, en vez de matar los cincos contrarios los esconde buscando que lo dejen solo con todos los cincos restantes. Es una estrategia de baja probabilidad porque está jugando las fichas del enemigo pero el gusto que le da que se presente este evento hace que aunque seguido pierda él está dispuesto a pagar el precio con tal de que de vez en cuando él sea el único que tiene fichas que jugar. En el transcurso de la mano eso implica no matar la ficha del contrario por lo que el compañero pasará con frecuencia lo que da ocasión a reclamaciones. Su vanidad le impide jugar mejor.
Hay otro jugador que no quiere quedarse sin fichas que jugar y en vez de tapar las fichas contrarias se reserva alguna para jugarla cuando crean que ya no tiene. Éste tampoco está pensando en dar oportunidad a su compañero sino en su juego personal. Es además el único mejicano al que le salen las canas negras.
Uno de estos birjanes manosea las fichas de principio al fin y suele colocar el número de terminaciones que le quedan del lado que colocará la ficha que juega. Esto es que si su compañero salió a unos y él tiene dos unos, cuando llega su turno juega su ficha y del lado que la coloca ha puesto los dos unos que tiene. Es buen jugador pero la piensa de más.
Otro jugador desespera cuando él cree evidente qué fichas faltan y empieza a voltear fichas propias y ajenas. También eso causa molestias. No entiende que no todos son tan rápidos como él.
Otro más, comenta cada error del contrario y se lleva dando lecciones de qué fichas deben ser jugadas. Eso además de decirle tarugos a sus compañeros de juego. Además se molesta porque al colocar las fichas las truenen contra la mesa. No es el jugador más grande pero sí el que más ruido hace.
Mientras uno se queja de levantar puras mulas otro vive en un plañido parejo por las malas manos que le tocan.
En fin, que por no jugar estrictamente de acuerdo a las reglas de silencio y castigo, la mesa se está acabando y las reclamaciones entre los jugadores están subiendo de tono.
Eso aun cuando no se juega de apuesta, ni siquiera de mazote. Aun así se pone demasiado orgullo en las jugadas, las reclamaciones no paran y la mesa se acabará. Me pesa que la jugada termine cuando lo único que tienen que recordar son las palabras de Martí: “Cultivo una rosa blanca…”
sábado, 19 de septiembre de 2015
cantaclaro:¿Quienes somos?
mesas asignadas. Al centro de cada mesa había porta retratos que conmemoran diferentes etapas de la vida del festejado.
entonces, somos?
ingenieros dedicados a estudiar el tratamiento de aguas residuales. En la terraza de un castillo, en una isla en el río Vltava o Moldau, que pasa por Praga, la exhibición terminó cuando siete coronitas encendidas salieron hacia arriba como abanico. Me sonreí pensado que cuando niño en Guadalajara, se recibía a la Virgen de Zapopan, en los templos que visitaba durante el verano, con tiras de papel de colores colgadas atravesando las calles cercanas al templo, también con matachines, música y un castillo. Al final una corona se elevaba hacia lo alto. Una solamente mientras esa noche yo veía siete al mismo tiempo.
blanco, la coronita de florcitas en la cabeza, el pequeño velo, el misal blanco en la mano y después el chocolate en casa de sus papas. Se me quedó viendo paralizada. No podía creer que acababa de inventar tal historia. Yo solamente repetía lo que recordaba de las ceremonias de mis hermanas.
risa que después de cada pieza, le tomara su brazo para cruzarlo con el mío. Cuando la orquesta terminó la larga tanda, ella dijo:
Luego añadió:
Luego me dio un beso.
variedad, tiene?” pregunté.
de las tiendas?
martes, 8 de julio de 2014
Picadura de medusa o agua mala
lunes, 13 de enero de 2014
martes, 23 de febrero de 2010
La opinión de clérigos
jueves, 4 de febrero de 2010
Lo que es y lo que debe ser
Lo que es o lo que debe ser por Arturo Murillo M.
Las fuentes del derecho son la costumbre, la doctrina, la ley y la jurisprudencia. En cada sistema jurídico tienen diferente importancia. Así, en términos generales, puede afirmarse que en el sistema de los Estados Unidos la costumbre y la doctrina son determinantes mientras que en el sistema mexicano lo sería la ley.
Si, de nueva cuenta con criterio amplio, suponemos que el medio físico, la religión y los acuerdos sociales determinan para cada pueblo una escala de valores que establecen la costumbre y la tradición que llamaremos “lo que es”. Los legisladores acuerdan las leyes partiendo de la costumbre y la tradición pero también de la doctrina. Dejemos sin discutir la jurisprudencia que vendría después.
Los estudiosos del derecho ponderan el contenido del Derecho Romano, del Derecho Canónico, de los códigos de los países occidentales adelantados: Francia, Alemania, EE.UU., Reino Unido, Holanda, Dinamarca, etc. También estudian las deliberaciones de quienes nos dieron nuestras grandes constituciones: 1824, 1857 y 1917. Podríamos considerar que estos filósofos del derecho establecen principios de “lo que debe ser”. Estos principios constituirían la doctrina del derecho.
¿Qué debe regir el criterio del legislador al hacer la ley? Me lo pregunto porque recientemente la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó que parejas de homosexuales pudieran unirse en matrimonio.
Según encuestas el 60% de los mexicanos no están de acuerdo en permitir estas uniones y 70% no están de acuerdo en permitir que adopten hijos. O sea que los legisladores del D.F. no acataron la opinión de la mayoría, esto es de quienes votaron por ellos.
En otras palabras que la costumbre imperante fue despreciada por los legisladores dando preferencia a criterios doctrinales para respetar los derechos que debieran tener los homosexuales.
Recordemos que en 1856 los legisladores de la época vieron que convenía el estado laico. Empezaron a aprobar leyes para quitar los fueros, desamortizar los bienes de la iglesia y finalmente en 1857 nos dieron la Constitución liberal separando la iglesia del estado. No estaban levantando encuestas sino imponiendo la doctrina liberal que modernizó a México. ¿Tenían razón? Opino que sí. Consideren, aunque el anacronismo es evidente, que de haber tomado en cuenta la opinión de las mayorías no habrían legislado como lo hicieron. Caso parecido, mutatis mutando, fue la aprobación del voto de la mujer. No había en el país un civismo femenino militante que estuviera exigiendo el voto, sin embargo el presidente Ruiz Cortínez y el Congreso aprobaron la ley. ¿Hicieron bien? ¡Claro que sí!
Vi a través de mi vida a amigos homosexuales que, ante el rechazo social y la mala experiencia que vivieron otros de dicha preferencia, optaron por llevar una vida de abstinencia sexual. Una sociedad tradicional que les impidió establecer relaciones abiertas y los obligó a buscar refugio en el secreto, la simulación y el engaño. Qué triste. Es necesario reconocer como un hecho la sexualidad diferente y admitir que las parejas establezcan relaciones públicas que debemos aceptar. Sin embargo están la religión, la costumbre y la tradición de por medio.
Hace 50 años la religión católica determinaba que el propósito del matrimonio era procrear y formar la familia. Aceptaba como propósito secundario la felicidad de los contrayentes. Recientemente reordenó estas intenciones para agruparlas dándoles similar jerarquía. Sin embargo, solamente admite las relaciones y compromisos heterosexuales de hombre y mujer. Seguramente que por la influencia de esta moral, la mayoría de los mexicanos la hemos adoptado aceptándola como normalidad. No hemos avanzado en aceptar una realidad aparte y seguimos negando derechos a quienes, por las razones que sean, profesan una sexualidad diferente.
Es innegable que el devenir va construyendo nuevas realidades. Por ello, necesitamos de la institución legislativa. De atender solamente la costumbre y la tradición, la ley tendería a convertirse en dogma de fe inalterable y opuesta al progreso. Como todavía sucede en algunas teocracias. En contraparte, de considerar solamente la doctrina, las leyes terminarían siendo estatutos inaplicables a la realidad vigente. Correríamos el peligro, como con espanto he escuchado a algunos políticos, de proclamar que la Constitución es marco de referencia.
Este delicado balance entre el principio y su viabilidad de aplicación sería la labor del legislador.
La sociedad de convivencia, que ya ha sido legislada en algunas regiones del mundo, protege derechos patrimoniales de los que contraen dichos compromisos pero no los reconoce como cónyuges. Ejemplo, un asegurado del IMSS no podría dar protección médica a su pareja como lo da con el matrimonio tradicional.
A muchos molesta que al contrato de convivencia ahora se le llame matrimonio que viene de madre ya que solamente ellas de manera natural y única preservan la especie. Podría cambiarse el término que molesta y al compromiso llamarle connubio, casamiento o lo que provocare menos rechazo. Sin embargo, lo importante no es cómo se le llame sino reconocer que las uniones se dan, que el amor entre homosexuales se presenta y que dichas parejas pueden decidir comprometerse para vivir juntos; que de hecho lo están haciendo y que respetando tal determinación la ley podría formalizar la unión.
Entiendo los argumentos a favor de estos cambios que llevarían a rectificar las definiciones de los diccionarios y de todas las leyes secundarias que tendrían que reconocer estas nuevas obligaciones y derechos.
El problema no es de entendimiento sino de la reacción casi visceral que estos cambios provocan. Tendríamos que reeducarnos para aceptarlos. Realizar internamente una verdadera permuta de nuestros valores. No será fácil.
Ahora bien, tenemos una religión que permanece inflexible en este respecto. ¿Cómo conciliaríamos nuestras creencias con estos cambios? Añadan además que se pretende que estos casamientos puedan adoptar hijos. Verdaderamente que estamos en una encrucijada por ello insisto en mi cuestionamiento: ¿A qué debe responder el legislador, a la costumbre y tradición o a la doctrina? ¿A lo que es o a lo que debe ser?